miércoles, 8 de octubre de 2008

Pasaje a la perspectiva

Toda la vida me dijeron que estudiara. Mi madre entraba a mi cuarto intentando hacerme creer que iba de pasada a la sala de los computadores, la cual era ocupada como oficina. Ella siempre creyó que yo no me daba cuenta. Yo siempre supe que observaron mi espalda.
Siempre fui un alumno regular, me sacaba buenas notas, sí, es verdad, pero nunca fui estudioso, nunca fui disciplinado y las persistencias de las figuras que uno cree que son autoridad, terminó por hacerme un alumno que renegaba siempre el éxito, el podio, el reconocimiento plástico por sacar buenas notas. La gente siempre me reclamaba por mi actitud, me decían constantemente que no siguiera creándome como alguien inferior al que podría ser. Mediocre, insuficiente. Eso fui siempre. No sé si pensaban que la flojera era mi suicidio, pero yo seguí matándome lentamente y ellos siguieron pensando en las pruebas.

Noches estrelladas. Días empezando a teñirse de rojo, bordados por pequeños astros luminosos a lo lejos. Más noches y otro par de días fríos en que nos divertíamos andando por las calles de Santiago, varados después del carrete celebrábamos con los pájaros atrás, el cielo arriba y una enormidad de proyectos, pensamientos y deseos, tirados como basura adelante de nuestros pies. Eternos y efímeros. Breves y rápidos. Las calles vacías y nosotros seguíamos pensando en el alcohol. ¿Quién nos prohibiría algo esta noche?

Supongo que si uno intenta mirar hacia atrás, escenas de juventud siempre hay. Inagotables. Hermosas. Melancólicas.

Ese año estudié menos que nunca lo que debía estudiar, prefería mil veces más pensar en todo aquello que no entraba en la PSU. Fue mi mejor promedio de enseñanza media y uno de los años que recuerdo haber salido más también. Así la vida me escupió un sábado en la noche diciéndome que el puntaje obtenido no me alcanzaba para lo que había querido hasta entonces. ¿Me importo? Claro, supongo que el reconocimiento nunca dejo de importarme. Maldito día, maldita sensación de que incluso aquello contra lo que había luchado todo el año, no era más que una imágen en donde yo aparecía de espaldas en una banca de madera cualquiera, sentado en la azotea de un hotel cualquiera en Con Cón, mirando el horizonte perdido en las profundidades del oscuro mar. Ese día cualquiera y yo nos matamos y ninguno ganó. Un par de pitos con los amigos y unas chelas que nunca y siempre faltaron. ¿Y yo que veía la droga como el camino a la perdición? Meses pasaron antes de que bajara de esa azotea, ella permaneció en mi mente por largos días esas calurosas vacaciones. Pero por gracia divina -mal chiste, lo sé- uno tiene amigos y, también, conoce algunas personas que nunca lo serán.

Esperanza en el mañana. Después de un tiempo, la gente siempre pensó eso de mí. Seguramente me veían como un constante irresponsable, el cual creía que mañana todo podría estar mejor, que mañana, quizás a la vida le tocaría verme la espalda y yo, yo, sabría que nuevamente me estaban mirando.

No fue hasta que entre a la u que algo cambio, la gente empezó de a poco a decirme que no estudiara.