miércoles, 9 de julio de 2008

La duración de un susurro

Últimamente me cuesta tanto escribir, que lo único que no puedo dejar de hacer es crear historias en mi mente. Me pregunto si algún día alguien entenderá que lo que pasa ahí dentro no se parece en nada a un paseo por un lomo de toro o por un paso de cebra en diagonal.

Un jueves en la madrugada como este uno puede empezar a preguntarse por tantas cosas, que quizás entienda lo que significa rallar paredes ocupando voces ajenas o perder la cabeza desarrollando fórmulas. Al final, nunca puedo descartar que no entienda a nadie, si es que esa no es ya una... que importa lo que sea, a nadie le importa y a nadie le importará. Después de todo ni a mí me importa, solo pretendo creer que me importa un poco botar un papel al basurero y no en la calle. Intento creer que hace diferencia con el que bota el papel de las lays en la calle.

Moviendo los pies en la cama, cualquier persona en su sano juicio estaría a punto de pintarme de blanco los pies. ¿Qué tanto importará? Sí simplemente intento hallar algún lugar tranquilo. Tal vez todos sufrimos y, al final, cada uno encuentra su manera de moldear la mierda que le tocó. Al final la weed nunca se acaba y los abriles siempre quedan cerca estando ad portas de un fin de semana largo, llamado vacaciones.

A quien no le gustaría seguir escuchando saxofones toda lo noche, mirando alguna cara dibujarse en el cielo, en esta noche, en este dormitorio cerrado en el que lo único poético es el parentesco entre esas constelaciones dibujadas a lo lejos en el espacio y la pantalla negra de mi tele, en la que se reflejan como grandes puntos blancos, los reflejos de mi lámpara. El que use velas quizá no me entienda nunca, pero en fin, no espero que él me entienda, solo que por un rato masqué un poco de la realidad compleja del otro. Supongo que, después de todo, somos todos humanos, ¿no?

Apago las luces como riéndome de Betancourt y miro el techo distrayéndome con mi propia mente vacía. Se piensan tantas cosas que al final no queda nada. Una cabeza hueca más en este mundo, un pelo más en la sopa esperando que alguien se lo trague.

Son las 3 de la mañana y un nazi espera ver mi vista perdida en su oficina. Espera reírse viendo sentado al mismo alumno que faltó a la mitad de sus clases, intentando pasar el ramo como el judío que aguanta el aire en el baño de algún campo de concentración que, para mí, se llama San Joaquín. En fin, como soy humano, espero que dios se apiade de mi alma y por lo menos me dé un par de condones antes de tirarme para abajo. Al final, ¿Quién sabe si Dalí si imaginó un reloj en una noche capciosa como ésta? ¿Quién sabrá si viendo unas calles tan solitarias como hoy lo están para mí, alguien pensó en lo efímero de una canción?

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